El hermano no reconocido de Viloni

Invierno de 2005. Ese viernes, como siempre fui al cine. Mi gusto por el séptimo arte se remonta a épocas muy lejanas donde pasaba horas mirando dobles funciones en los cines locales como el San Martín o el Mitre de Avellaneda, donde ahora funciona un humeante Casino/Bingo y un asqueroso restaurant chino, respectivamente. En especial siento una atracción casi hipnótica a cualquier historia que tenga que ver con terror, implícito o explícito en la pantalla. La culpa la tienen las horas gastadas en televisión, donde me sobresaltaba con esas películas bizarras en las que se descuartizan gente y la sangre salta de la pantalla, o donde desde lo sobrenatural se matan adolescentes cuando duermen profundamente, e inclusive donde un fantasma aparece para vengarse de la cruenta muerte que tuvo cuando era un ser vivo.
La decisión de esa noche fue ir a ver La Llamada 2, secuela de una versión norteamericana sobre una película japonesa fundadora del J-horror, un subgénero de terror en el que imperan los fantasmas con ansias de venganza. La primera parte de la historia fue muy taquillera, e incluso mucho mejor que la versión original. Entonces había una buena expectativa para ver cómo continuaba el relato de la mamá y el hijo perseguidas por el fantasma de una nena diabólica.
Afuera del cine del Alto Avellaneda llovía y hacía frío. Adentro, hacía calor y la gente estaba por todos lados. No cabía ni un alfiler. Me acomodé en la butaca junto a mi novia y mi cuñado. Entonces detrás mío llegó él: un patovica de unos 40 años, mezcla perfecta entre Viloni de 100% Lucha, y el personaje del film El Luchador de Micky Rourke. Estaba muy bien acompañado por una chica de unos veintitantos, alta y morocha, muy bonita y bien proporcionada en sus curvas.
En la primera escena el fantasma mata a un joven. A partir de esa imagen, una sucesión de ridículos, delirantes y disparatados
comentarios empezaron a ser balbuceados por el hermano no reconocido de Viloni.
"Pero claro, yo te dije que iba a estar muerto. Era obvio", espetó a 100 decibeles de volúmen este personaje. "Estas películas son todas iguales, no se para qué vine", le gritaba a la novia. "Y ahora, ¿qué va a pasar? ¿va a aparecer el fantasma?", se preguntaba casi gritando.
Que quede claro, iban veinte minutos de película. Duraba casi dos horas. Era casi una tortura china tener que prestarle atención a la trama, por cierto bastante intrincada de la historia, y bancarse las constantes frases inconexas de mi querido nuevo amigo casi pegado a mi tímpano.
El punto más álgido llegó a los 40 minutos de película. La escena transcurría en un baño. El hijo de la protagonista estaba siendo poseído por la nena diabólica y la tensión se incrementaba proporcionalmente a las charlas del quetejedi.
"Ahora se ahoga seguro", dijo mientras en la pantalla el agua del baño trataba de estrangular al pequeño protagonista. Esta frase me sacó de las casillas. Primero, porque nadie en la sala ni siquiera atinaba a decirle algún estridente SHHHH!!!. Y segundo, porque este muchacho parecía estar viendo una de Olmedo y Porcel. "¿Podrías por favor tratar de no hablar más, porque queremos ver la película en paz y mientras sigas hablando no vamos a poder?", afirmé y giré mi cabeza hacia atrás para verlo a los ojos. No dijo ni mu.
A los cinco minutos ocurrió la situación más rídicula, inverosímil e incomoda, de las tantas que me pasaron en la vida. Sin explicación, de una forma ofensiva y absolutamente descalificadora, el Viloni bizarro se acercó a mi oído y largó la frase "puto, puto, puto, puto".
Esto me provocó una ira total: no sabía si lo quería trompear, lanzarle el asiento en el que estaba o ahorcarlo con mi cinturón. Salté de la butaca, me paré a su lado y sólo le grité: "Si tenés algún problema lo arreglamos afuera, pero primero quiero terminar de ver la película desubicado de mierda".
Gracias a esta frase logré lo imposible: que no hablara más hasta el final. Al salir de la sala, y antes de que yo pudiera bajar la escalera para irme, el pseudo patovica cruzó miradas desafiantes conmigo. Es en este punto donde la cadena se me soltó. "¿Qué te pasa bobo? Estuviste boludeándome toda la película y ahora te haces el malo", entoné enérgicamente mientras caminaba hacia él.
La reacción del muchachote fue la nada absoluta: sólo se quedo mirando. A los cinco segundos, y mientras mi cuñado preparaba sigilosamente una toma de Kung-Fú para aplicarle, intervino su novia modelo. "Dejalo, no vale la pena que te pelees", vociferó en el hall del segundo piso del Alto Avellaneda.
En esa forma estridente y bochornosa fue la última vez que vi al hermano no reconocido de Viloni. Y espero no cruzarlo más ni en la calle, ni el cine.

3 comentarios:

  1. cual es la logica oculta de que el último post no figure último sino 2 post más abajo?

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  2. La Lógica, Mr Paenza, es que tenía hace un tiempo escrita esta crónica y estaba en la parrilla, bastante fría por cierto, y sin salir. Así que decidí terminarla sea como sea. Es sólo por eso. No caiga en nignuna suposición numérico-lógica. Saludos!

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