La ñata contra el vidrio

Muchas veces las situaciones más inverosímiles y espontáneas son las que dejan un recuerdo imborrable. Lo que ocurrió el 22 de agosto por la noche fue una de esos momentos que quedarán registrados en mi memoria para siempre. Fue algo mágico, involvidable y raro. 
Luego de haber estado visitando familiares y amigos, ese lunes feriado estaba dispuesto a quedarme lo que restaba del día en mi casa. Mientras terminaba de calzarme una zapatilla, ya con el jogging puesto, recibí un llamado a mi celular. Mi prima.
"Hola primo. Te llamo porque me enteré de una noticia de esas que si no te la cuento, me podés llegar a matar. ¿Te acordás del Doc de Volver al Futuro? Bueno, está en Buenos Aires y va a filmar una publicidad. Yo estoy yendo a Cabildo y Juramento. Ahí la están filmando. Si querés venir, te espero". Sintética mi prima, me dejó sin palabras. A los dos segundos del llamado, estaba confirmando mi presencia en el evento.
En tiempo récord llegué a una esquina tan emblemática de Capital Federal como Cabildo y Juramento. Hicimos algo de tiempo en un bar de la esquina, y a eso de las 22 cruzamos la calle. 
La noticia de que Christopher Lloyd, el actor que interpretó al personaje del científico Doctor Emmet Brown que inventó la máquina del tiempo con un auto de marca Delorean en la película Volver al Futuro, estaba en Buenos Aires no fue difundida por la prensa con el objetivo de que los cientos de fanáticos que hay en la Argentina no se acerquen a la locación de la publicidad.
Mientras observábamos cómo el local de electrodomésticos Garbarino del barrio de Belgrano se transformaba en un set de filmación, tratábamos de colocarnos en una posición de privilegio para observar la puesta. Lloyd todavía no estaba en el lugar. 
La publicidad es para la temporada navideña, eso es claro. Había guirnaldas, estrellas doradas iluminadas, arbolitos de navidad y en la vereda estaba estacionado un trineo moderno, cuadrado, con un motor y con decenas de regalos en su baúl.
A las 22.30, mientras parte del equipo de filmación continuaba tapando con paños negros todo el semicírculo que rodeaba la entrada del local, me acerqué a uno de los muchachos del grupo. "¿Es cierto que está Lloyd?", le pregunté. "Sí. Lo están maquillando. Más o menos a las 23 vamos a empezar a filmar", me contó. 
Los minutos transcurrían en el medio de un intenso frío. Desde el costado derecho del local, que ya estaba cerrado por completo, nos movimos hacia la otra esquina. En ese interín, el equipo empezó a ensayar cómo debía filmar cada toma. Un actor con una peluca blanca recitaba las líneas que Lloyd iba a tener que decir, mientras se movía desde adentro hasta la puerta del local. A su alrededor, otros actores caminaban de un lado para el otro, todos con remeras, camisas o chombas de manga corta, clara referencia a que la publicidad será transmitida en épocas menos frías. La producción estaba en marcha.
Mientras observaba atentamente el trabajo que hacían, llegó un grupito de unas siete u ocho personas. Al verlos, noté que no era cualquier tipo de fanáticos. Era la gente de Farsa Producciones, una mítica productora de cine de terror y fantástico independiente y argentino, y reconocidos seguidores de la saga Volver al Futuro. 
Creadores de Plaga Zombie, El Amo de los Clones y Filmatrón, entre otras buenas películas, Pablo Parés, Sebastián Berta Muñiz, Hernán Sáez, Walter Cornás y Paulo Soria buscaban como groupies la forma de observar a su ídolo. Al verlos sentí que no era el único loco al que un fanatismo por una película lo llevaba a chupar ese frío gélido a esa hora de un día feriado y muy lejos de su casa.
A las 23.30, y cuando me trasladaba a husmear por otro lado para poder espiar entre bambalinas el set, Christopher Lloyd paseó su casi metro noventa por el grupo de gente que estaba apilada en la esquina. "Me quedé sin respiración", me dijo mi prima. A ella le pasó por al lado. Yo lo vi entrar claramente, mientras ojeaba entre las telas negras. 
Las caras de alegría de los que estábamos ahí eran desbordantes. Un personaje tan emblemático para nuestra infancia estaba personificando de nuevo a ese científico aventurero del tiempo que tanto nos hace reir todavía, y encima en Buenos Aires.
"Ya me puedo morir en paz. Lo vi a George Lucas, ahora a Christopher Lloyd y soy una especie de amigo por mails de Alex de la Iglesia. Más no puedo decir", comentó Berta con su clásica verborragia forjada por su pasado emtivitezco.
Por unos minutos el set se quedó en silencio. Todo el barullo que había previamente se había puesto en off en forma instantánea. Claro, la presencia de Lloyd era todo.  Al rato, el engranaje de la publicidad de a poco volvió a tomar forma. 
El director, un hombre regordete, canoso, barbudo, y petiso, más parecido a un yanqui de Kentucky que a un profesional de Buenos Aires gritó "silencio que vamos a filmar" y arrancó la toma. El Doc se paseaba desde adentro del local, hacia afuera comentando algo sobre "the time machine" y sus líneas se terminaban cuando quitaba de un saque el lienzo que cubría al trineo moderno. Eso fue lo único que pude observar, y era mucho.
Me di vuelta y por la calle apareció en escena la máquina. Ese auto que significa tanto para los cinéfilos. Ese coche que de tan identificado con un filme como marca nunca pudo vender lo que  añoraba su dueño. El Delorean. O la máquina del tiempo, vamos. "Out of Time", decía su placa y mi corazón latía.
Al verlo bajar lentamente por esa camionetita amarilla en lo que lo estaban trasladando, tuve un flashback de la escena en que desciende de un camión blanco y el Doc se lo presenta a Marty por primera vez en el shopping Twins Pines Mall.
"Sin fotos por favor", dijo la chica de seguridad. Ya era tarde. Quedó registrado en mi humilde camarita del celular esa presencia sublime que estaba posada sobre el asfalto de la avenida Cabildo al 2027. 
Ya era más de la 1 de la madrugada para ese entonces. La filmación continuaba. Pero era demasiado tarde y había que irse. "A eso de las 3 van a estar filmando en la calle con el auto", comentó por lo bajo alguien de la organización. Ya tenía algo que contar. Durante esas tres horas me sentí como aquel chiquilín del tango escrito por Enrique Santos Discépolo Cafetín de Buenos Aires que posa "la ñata contra el vidrio". 

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